Es un texto de hace dos años. Lo escribí para reflejar el estreno mundial de Episodio III…

Aunque Darth Vader sea el principal aporte de Star Wars al cine, superado su misterio, su presencia, la Guerra de las Galaxias continuará siendo culto mundial por una sencilla razón: permite que cualquier espectador, sin importar la vida que haya llevado, se identifique con al saga.

Durante tres años, la Guerra de los Clones desoló a la Galaxia, y por mucho, mucho tiempo las trilogías galácticas de George Lucas –y la incomparable banda sonora de Jhon Willians- marcarán la pauta a seguir de cualquier historia que aspire convertirse en culto para la devoción mundial. ¿Dónde radica el éxito de Star Wars?, la respuesta es simple: es la clásica historia épica, pero ambientada en el espacio.

Hay una religión poderosa, que sólo es conocida y dominada por unos pocos elegidos -los maestros Jedi- que deben jurar fidelidad eterna a su orden, sin sucumbir nunca a los temores, la ira, el odio y las pasiones humanas. De hacerlo, estos pecados capitales le condenarán a una vida de horror.

Los Jedi, hombres errantes, sin lazos familiares, reunidos en torno a un concilio son los encargados de mantener el orden establecido -¿No era la misión de Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda?- mientras una conspiración –y un tirano- intentan corromper el poder constituido.

¿La tesis de la historia medieval no le convence?, esa es la grandeza de Star Wars, es una historia que admite todo tipo de interpretaciones y permite que cada espectador le proporcionarle su particular interpretación y creencias -algo similar a la que ocurre con las profecías de Nostradamus- Algunos fanáticos de las trilogías desconocen que Lucas concibió la historia original como una crítica a la participación norteamericana en Vietnam. –se ha llegado a asegurar que el modelo de inspiración para definir el personaje del Emperador fue el ex presidente de EEUU, Richar Nixon- ¿Simbolismos políticos en el enfrentamiento entre Lucke Skywalker y el Emperador?: sin duda alguna.

Desafortunadamente, la universalidad de La Guerra de La Galaxias ha permitido que su concepto se emplee, incluso, en épocas de alta polarización política para justificar posturas individuales o colectivas –suerte o desgracia que nunca sufrió la Rayuela de Julio Cortázar- ¿Alguien duda de las similitudes del Canciller Palpatine y su poder plenipotenciario con las aspiraciones de algunos líderes políticos?, ¿y si el Emperador fuera Bill Gates, George Bush o Hugo Chávez?

En esencia, como nunca antes –especialmente para la década de los años setenta- se planteó la perspectiva del bien contra el mal de una manera tan clara, logrando –con el permiso de 2001 Odisea en el espacio- representar las primeras galaxias y mundos lejanos, muy lejanos, creíbles para el espectador.

Incluso, muchos internautas, han mostrado su descontento con el nombramiento de Benedicto XIV comparando su imagen con la de Lord Sidius y encontrando similitudes de todo tipo entre el final del Episodio II y la primera aparición pública del Santa Padre. Algunos espectadores más “detallistas” han llegado a preguntarse si los soldados norteamericanos entrando triunfantes en Afganistán e Irak reflejan a las tropas Imperiales o a Soldados de la República.

Y lo mejor de todo, es que mientras los adultos continúan con sus disertaciones políticas sin sentido, buscando la explicación semiológica –como sucedía con el zapato en la ventana de Stanley Kubrick- intentando identificar el trasfondo de toda escena, la esencia mordaz de la crítica, la idea principal de los colores que identifican los sables láser -¿por qué Samuel L. Jackson emplea un sable morado?- el niño sentado a su lado sólo se preocupa por cerrar los ojos, concentrarse, sentir La Fuerza, desprenderse de esta cruda materia que rodea al hombre –llamada piel- descubrir el ser luminoso que en esencia somos para poder ver el pasado, el futuro y mover objetos a voluntad de la mente. Este también es el éxito de Star Wars, el adulto la disfruta, el niño, la imagina y la anhela.

EJECUTESE LA ORDEN 66
¡Qué mejor forma de seducción que la empleada por Anakin Skywalker para conquistar a Padme; así, si vale la pena ser un Jedi!

El halo mágico que rodea a los maestros de La Fuerza es insuperable. Y por eso, la Guerra de Las Galaxias –y acá otro de sus éxitos- dio a la humanidad, al séptimo arte, la contraparte perfecta, el villano más recordado de los filme de ciencia ficción: Lord Vader. –para muchos, fue un error histórico no explotar la maldad de Darte Maul en Episodio I para convertirlo en el villano del siglo XXI-

“Bien, bien. La Fuerza está contigo… te convertirás en un poderoso Sith. Desde ahora, serás conocido como Darth Vader”. La frase que resume la última entrega –para la gran pantalla- de la saga galáctica constituye además la conclusión perfecta para la presentación del conflicto entre el bien y el mal. El hombre que representaba el equilibrio de la Fuerza –la paz eterna para la Galaxia- sucumbe a su ira, a sus pasiones humanas, para ser el villano temible, que debe morir por el sable de su hijo para ser redimido.

Y como en toda historia épica, hay una historia de amor. En este caso, subyacente –¡sólo hay un beso en las tres primeras películas!- y entre todos los personajes, entre todos los mundos, entre todos los conflictos los personajes más humanos –los que mejor retratan las miserias y virtudes del hombre- son justamente los no humanos, los dos androides: C3P0 y R2D2. “Que La Fuerza Los Acompañe”