Para muchos resulta inexplicable que la mayoría de la población dude entre apoyar al proceso revolucionario de Hugo Chávez u oponerse a él. Según las últimas encuestas, 21,5% de la población se autodefine como pregobierno, 17,4% como de oposición y 54% de los ciudadanos -es decir 5 de cada 10 venezolanos- se inclina por decir que no pertenece a ningún bando.

Esta situación no es nueva. Tenemos 10 años observando como dos minorías que viven y se mantienen exclusivamente por el rechazo mutuo han llevado al país a una polarización irreflexible y excluyente. En cada proceso electoral el chavismo y la oposición sólo son acompañados por una minoría, si se considera que tienen el rechazo de quienes votaron en su contra y de quienes se abstuvieron de participar en el proceso comicial.

No son pocos las analistas -profesionales o improvisados- que suelen atacar ferozmente a toda persona que tenga el atrevimiento de decir que no está con Dios, ni con el diablo. No obstante, éste es un error. Es vital comprender que las personas no alineadas políticamente con algunos de los extremos que polarizan a Venezuela no son necesariamente apáticos. Simplemente no tienen conexión con el “cambio” que propone el chavismo, ni con la oposición de sus adversarios. En este punto hay que recordar que muchos de los actuales Ni-Ni son chavistas descontentos o arrepentidos y difícilmente apoyarán a las figuras visibles de la oposición venezolana ¿Por qué? Porque esos líderes representan los antivalores que provocaron la aparición de Chávez como fenómeno político.

Los últimos estudios de opinión pública sugieren que la radicalización del proceso político del Presidente, unido a la falta de resultados concretos de su gestión en temas vitales, provoca un descenso sostenido en su apoyo popular. Sin embargo, esta reducción de popularidad de Chávez no es capitalizada por el liderazgo opositor. ¿Por qué?, porque no tienen nada que ofrecerle a las personas que abandonan a la revolución. Por esta razón Chávez pierde apoyo, pero la oposición no crece, crecen los Ni-Ni, es decir, las personas que intentan escapar de la revolución pero no tienen otra propuesta o alternativa de cambio que apoyar. Para entender al Ni-Ni hay que comprender que, mayoritariamente, son personas que quieren distanciarse de la revolución, pero mantienen su escepticismo por el mensaje opositor.

En esencia la mayoría de los Ni-Ni suelen terminar votando por Hugo Chávez, porque apoyan a la revolución hasta cierto límite al mantener viva la necesidad de cambio. Este sector de la sociedad -vilipendiado por los radicales de cada extremo- termina convirtiéndose en el puente que uno a los chavistas más convencionales con la oposición dura e irreflexible.

Son estas personas las que definen los triunfos o fracasos electorales del Presidente. El mejor ejemplo de su efecto se encuentra en los resultados del referendo constitucional del año 2007. El chavismo crítico -encarnando el papel de Ni-Ni- dejó de votar, y el proyecto político del Presidente fue derrotado en las urnas.

Sin embargo es vital comprender que su rechazo coyuntural a la revolución no los convierte en opositores a Chávez. A este sector -en este momento mayoritario- de la población el discurso absurdo, sin propuestas, estilo “No es No”, “Chávez vete ya”, etc., no le convence. Ideológicamente los Ni-Ni son afines a varias ideas: izquierda progresista, centro-izquierda, centro o centro-derecha. La clave de los resultados de los próximos procesos electorales radicará en cómo llegarle a este 54% de la población, ciudadanos que se escudan en su posición de neutralidad para expresar su descontento ante la propuesta chavista y la pseudo propuesta de la oposición.

Difícilmente la mayoría de los Ni-Ni sea apático. Al contrario, es un grupo que busca alternativas, pero no las consigue.