No importan, no los tomamos en cuenta, las leyes y ordenanzas que los amparan no se cumplen, simplemente en Venezuela los discapacitados no pueden vivir. Lo más lamentable es que sólo hay dos formas de comprender esta realidad sin ser engañados por la proliferación de puestos de estacionamiento para discapacitados en los centros comerciales: 1) usted es un discapacitado; 2) usted tiene un familiar con limitaciones de movilidad.Lo admito, la proliferación de puestos para discapacitados en los estacionamientos públicos y privados me engañó, hasta llegué a pensar que nuestro país comenzaba a ofrecer accesibilidad arquitectónica y urbanística a las personas que deben padecer (de forma temporal o por toda su vida) de problemas de movilidad.

De mi falsa creencia sólo salí a partir del momento en que tuve que trasladar a mi viejo en silla de ruedas. Estacionarse fue la primera cachetada de realidad. ¿En dónde me estaciono?, los puestos para discapacitados generalmente los ocupa cualquier persona que necesita estacionarse con urgencia para llegar al banco o al baño. Finalmente encuentro un puesto de estacionamiento para discapacitado estratégicamente ubicado entre una pared y un puesto normal.

El espacio sólo permite que la puerta de mi vehículo quede a medio abrir, situación que no me provoca ningún inconveniente para bajarme del vehículo; no obstante ¿cómo saco al viejo del carro si necesito abrir la puerta de mi vehículo en toda su extensión? ¿Alguna vez ha intentado colocar una silla de ruedas entre dos vehículos estacionados en un centro comercial? La solución es simple: bajar al discapacitado en medio del canal de circulación mientras la gente que hace cola se desespera por lo lento del proceso, si lo intenta prepárese porque no faltará quien toque insistentemente la corneta para reclamarle por el abuso de interrumpir el tránsito.

Tomar el ascensor es la siguiente cachetada. Se abren las puertas. Tranquilamente podría aplicar el concepto “entren que caben cien” para tomar el elevador, pero ¿y el viejo? La puerta se vuelve abrir, una y otra vez, el ascensor viene repleto, la silla no cabe, alguna persona hace el intento de bajarse, pero se necesita, como mínimo, que seis personas decidan compadecerse del anciano en la silla y se bajen al mismo tiempo para que pueda tomar el ascensor. La espera se hace interminable.

Tercera cachetada: llegamos a la taquilla externa del banco para cobrar la pensión. Tiene que firmar la planilla de retiro, pero no hay un solo dispositivo que permita a un discapacitado apoyarse para firmar. El viejo coloca su mano debajo de la planilla de retiro, esa es su tabla para apoyarse. La firma no es buena, así que el banco extrema las medidas de seguridad. Hay que tomarle una foto, pero la cámara de la taquilla no se puede mover, así que hay que levantarlo, como quien levanta un morral, hasta la altura de la cámara. ¿Por qué, la cámara no se puede mover?

Es hora de comer. Vamos a la feria del centro comercial para recibir la cuarta cachetada de realidad. Hicieron una rampa para que las sillas de rueda puedan llegar hasta la feria; no obstante, como ésta no estaba en el diseño original, más que una rampa parece una pendiente para carruchas, sin pasamanos evidentemente. Aunque hay mesas vacías es complicado llegar a ellas, demasiados escalones y ninguna rampa para carruchas. Sólo quedan las mesas que nadie quiere porque están al lado de los pipotes de basura.

Quinta cachetada: las mesas tiene tan poca altura que los apoyacodos de la silla pegan contra los bordes de la mesa, dejando al discapacitado completamente alejado de la mesa. ¿Ir al baño?, para llegar al baño hay que subir varios escalones, no hay rampa y no hay un espacio lo suficientemente grande para que entre la silla. Le damos la vuelta al centro comercial, encontramos un baño que sí tiene rampa, pero no tiene espacio para la silla…Este viacrucis para cobrar la pensión no se puede repetir el próximo mes. Investigo y encuentro que se puede autorizar a un tercero a cobrarla, pero hay que llevar a la sede administrativa del Seguro Social el informe de una trabajadora social, informe médico, fe de vida expedida por la oficina de Registro Civil de la zona, poder notariado y copia de la cédula de la identidad.

Consigo todos los documentos. El viejo vive en Los Teques, así que hay que acudir a la sede del Seguro Social en el Centro Comercial El Tambor. Al llegar recibí 10 cachetadas juntas.

La oficina del Seguro Social está ubicada en un centro comercial que no tiene asignados puestos para discapacitados, no hay rampas en los pasillos, no hay baños acondicionados y la oficina del Seguro está en el segundo piso de un edificio que no tiene ascensor.

Según el último Censo Nacional 4% de los venezolanos son discapacitados o sufre de alguna discapacidad, 50% son mayores de 65 años, 22% vive en zonas rurales y 75% son económicamente inactivos (la Organización Panamericana de la Salud calcula que 10% de los venezolanos sufren de algún tipo de incapacidad). Además de la Ley para la Protección e Integración de las Personas Discapacitadas (aprobada en el año 2003, la anterior ley data del año 1994) los estados Mérida, Barinas, Miranda, Falcón, Lara, Zulia, Nueva Esparta, Falcón y Yaracuy cuentan con sus propias ordenanzas en donde se establecen los lineamientos (y multas por incumplimiento) para garantizar el acceso de los discapacitados a los edificios públicos y privados.

Estas leyes pareciera que no son conocidas por los ingenieros, autoridades y administradores de edificios y centros comerciales. Evidentemente estas líneas no cambiarán en nada esta realidad, pero tal vez, usted, la próxima vez decida no pararse en el puesto de los discapacitados, tratará de abrir espacio en el ascensor, se preguntará cómo puede un discapacitado moverse por nuestras calles o simplemente ayudará a otra persona a cargar una silla de ruedas por las escaleras.