No creo equivocarme al afirmar que este texto es la mejor crítica sobre el periodismo venezolano…

Clodovaldo Hernández // El sacudón comunicacional

Algunos superperiodistas preferirían arrojarse al metro antes que volver a ser neutrales
Pregunta: ¿Qué pasaría si todos los comunicadores que mantienen posturas militantes se pusieran de acuerdo para ser, de un día para otro, políticamente neutrales, equilibrados en la consulta de las fuentes y rigurosos en la verificación de las noticias? Respuesta: colapsaríamos.
Emprendí el ejercicio de simulación de escenarios el miércoles 27, cuando, a propósito del Día del Periodista, numerosos colegas hablaron acerca de lo urgente que resulta volver al abecé de la profesión, esas normas elementales mediante las cuales el periodismo es una garantía para el ejercicio de la democracia y sin las cuales es un arma arrojadiza para la baja política.
Tratando de emular a mi analista favorita, Prodigio Pérez, llegué a la conclusión de que los primeros que se volverían locos ante semejante viraje serían las cabezas visibles de los medios de uno y otro bando. ¿Cómo podría respirar tranquilo, por ejemplo, el ahora jefe del partido mediático opositor, Alberto Federico Ravell, si el inimitable -por fortuna- Leopoldo Castillo dejara su especializado rol de ridiculizador oficial del Presidente (y de los simpatizantes de éste) y se convirtiera en un ascético y neutral entrevistador? ¿Y cómo podría dormir en paz el propio presidente Chávez si no contara cada noche con el autodenominado terrorista comunicacional Mario Silva?
(Sí, ya sé que ninguno de los dos es periodista universitario, pero bueno, todo esto es un simulacro).
Lo más grave no sería, sin embargo, el desquiciamiento de los jefes. En el referido escenario de que los comunicadores radicalizados volvieran a cumplir con las normas del buen hacer de la profesión se produciría una consecuencia peor: también estallaría la locura en las audiencias.
Lectores, radioescuchas, televidentes (o usuarias y usuarios como se les debe decir), saldrían -esta vez sí- a quemar medios. Adictos ya a la droga de no ser informados sino reforzados en sus propios puntos de vista, no entenderían ese retorno a la frialdad de los hechos desnudos. Y con tal síndrome de abstinencia colectivo cualquier día podríamos encontrarnos de frente a un sacudón comunicacional. “Con mis noticias manipuladas no te metas”, exigirían los receptores antichavistas. “Digan la verdad, pero que sea nuestra verdad”, ripostarían los chavistas.
Finalicemos el pronóstico: luego de los primeros días de esta insólita experiencia, el colapso del sistema comunicacional se completaría dramáticamente con los intentos de suicidio de varias de las más importantes figuras de la profesión y con la reclusión de otras tantas en centros de salud mental. Y es que, según mi hipótesis, antes que ser neutrales de nuevo, algunos superperiodistas preferirían arrojarse a los rieles del metro.
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