¿Dónde cobro? Empieza el drama. Después de recorrer 15 agencias de loterías, y obtener 35 versiones diferentes (dos por cada agencia, mas una que me dio cinco direcciones diferentes) al fin encontré el lugar en donde demostraría que mi suerte es escasa, pero por lo menos no es nula.

Con 35 versiones y sugerencias de a donde acudir para cobrar mi premio… uno empieza a creer que no lo quieren pagar, o que le quieren robar sus bolívares.

El hecho es que la distribuidora de los Kino queda exactamente a 25 metros de Saigón (es decir, el otrora centro de piratería de Caracas, el que acaba de ser demolido para más señas) y a 35 metros y una esquina del CNE. Evidentemente, buscar la dirección coloca en riesgo mi vida.

-¿Disculpe, sabe dónde queda la distribuidora de los Kino?
La pregunta genera suspicacias y siempre es respondida con otra interrogante: -¿Va a cobrar un premio?

El edificio es todo un poema. Ya entiendo porque no me quieren pagar. Es digno de ser identificado como una estructura de Macondo. Sin pintura, sin baldosas, con mal olor en las escaleras…. Afortunadamente el temor porque me robaran desapareció. Lo sustituyó con esmero el temor a que los tractores de Freddy Bernal piensen que el edificio es una estructura de buhoneros y lo tiren al piso, conmigo adentro…

La distribuidora está en el segundo piso. Y por aquellas cosas del destino este es el único piso que no tiene luz. “Ahora si me robaron” es lo mínimo que uno piensa, especialmente porque en la entrada, el portero, barrigón, camisa desabotonada y sudorosa, se encargó de gritar que este pobre ser iba a cobrar un premio del Kino.

Definitivamente ese día bajó el índice delictivo en el centro de Caracas… El grito del portero coincidió con una paralización del tiempo y del espacio. En ese momento todo quedó en silencio, lo único que podía percibir a mí alrededor era como la gente te clavaba sus dagas, digo, miradas en el cuerpo. Es indudable que todos los choros de la zona deben haber planificado en fracciones de segundos como secuestrarme…

Al fin en el segundo piso. Al fondo hay una puerta. Imagino que es ahí a dónde debo dirigirme, hay otras puertas a los lados. Ninguna tiene identificación, así que opto por ir a la que está iluminada. Camino con más preocupación que alegría. Eso de andar con un cartón ganador del Kino, por los pasillos sin luz de un edificio que parece que se está cayendo, es una experiencia aterradora.

Llegué a la puerta. La luz que se cuela de las rendijas me indica que debe existir vida inteligente del otro lado. Golpeo tres veces. Una voz me habla por un intercomunicador.
-“¿Qué quiere?”, me interroga.
-Vengo a cobrar un Kino, respondo.
-¿Trajo el cartón y copia de la cédula de identidad?, me vuelve a interrogar, ahora con voz altanera.
-Sí. A mi lacónica respuesta le siguen varios segundos de silencio.
-Espere un momento, me replica la voz.
Al cabo de 15 segundos el intercomunicador vuelve a hablar. Ahora es una voz de mujer la que se dirige a mí.
-¿Qué desea?

-¿Cómo qué deseo?, no lo digo, pero lo pienso.
Vengo a cobrar un premio, respondo, e inmediatamente aclaro que traje el cartón original y copia de la cédula.

Se escucha el choque eléctrico que anuncia que la cerradura de la puerta fue desactivada. Entro a lo que parece la casilla externa de un banco. El intercomunicador me vuelve a hablar.
-Coloque el cartón y la cédula en la bandeja, cuidado con las manos.

El cristal de seguridad no impide que observe le movimiento dentro de la distribuidora. Tres mujeres y un hombre caminan, al parecer si un rumbo determinado, desde la derecha a la izquierda. Cargan muchos papeles en sus manos, sólo eso.

De repente no pasan más. Hay silencio.
“Coño, me robaron el cartón y la cédula” fue lo primero que pensé.
Golpeo el vidrio de seguridad intentando descubrir qué ocurre.
-¿Qué desea señor? –Me replica el intercomunicador- estamos elaborando el cheque, tenga paciencia.

Pasan los segundos. Pasan tantos segundos que ya tengo 12 minutos esperando. La voz me vuelve a hablar.
-Empuje la puerta a su izquierda y suba hasta la sala de ganadores.

Es difícil describir el camino a la Sala de Ganadores. Para los fanáticos del cine, les diré que evoquen la película Brasil. Concretamente los pasillos y cubículos del ministerio de Información.

Abro la puerta. Hay 12 sillas y un ventilador de piso. Al fondo, un televisor de 14 pulgadas repite los videos promocionales del Kino. Siguen pasando los segundos. Ya se convirtieron en 17 minutos. No se escucha nada…ME he sentado en cinco sillas diferentes, he revisado las paredes buscando cámaras ocultas. No hay ventanas para saber qué pasa en el exterior…

Alguien abre la puerta. Trae un manuscrito en una carpeta. Me pide que lo firme. Y se retira. Vuelven a abrir la puerta. Misma persona, misma carpeta. Engrapado observo un cheque de Banesco, hecho a mano. ¡¡A MANO!!, NO TORQUELADO, NO ES DE GERENCIA…

No sé si estar contento o preguntar porque se tardan más de 30 minutos en hacer un cheque. Junto a él, me entregan mi cédula y un lacónico: Felicitaciones, junto con la extensión de brazo me indican la salida…

Bajo tres pisos. El gordito sigue en la entrada.
-Ahí va un ganador, exclama…
La gente me mira…

Por último. Es evidente que nadie me robó porque les estoy contando esto. No obstante quería hacer una aclaratoria. Antes que cualquier “amigo” me llame a recordarme su apoyo incondicional y antes que cualquier “amiga” me recuerde que siempre he sido el amor de su vida, quiero decirles algo importante: Solo pegué 14 números. Es decir: estuve a un número de tener tantos amigos como César González y tantas amantes como Brat Pitt. Por un estúpido número (de dos cifras) dejé de ganarme dos millardos, y sólo obtuve 114.000 bolívares…y para colmo tuve que ir a Macondo a cobrar el premio…