“El debate” protagonizado por los diputados de la Asamblea Nacional para aprobar la Ley Orgánica de Procesos Electorales en segunda discusión fue lamentable; el mejor ejemplo de lo que lo curre cuando el Parlamento esté integrando por personas que sólo responden a una corriente de pensamiento; que para más inri fueron electos sin el concurso de 8 de cada 10 venezolanos (claro, el Parlamento monocolor es responsabilidad directa de la oposición por haberse retirado incomprensiblemente de la elección del año 2005)
En su afán por lograr “leyes radicales y revolucionarias” que garanticen que el proceso político que defienden se perpetúe en el tiempo, los diputados olvidan que los sistemas electorales inciden en el tipo y en la calidad de la representación política de un país. Se les olvida que el sistema electoral debería reflejar de forma adecuada a las fuerzas sociales y políticas que se miden en un proceso comicial, traduciendo los votos en un número determinado de escaños para garantizar la gobernabilidad del Estado.
Desafortunadamente el sistema electoral que esperpénticamente defendieron Cilia Flores, Darío Vivas y el resto de diputados del PSUV y del Partido Comunista en sus constantes intervenciones no garantiza la representación de todas las fuerzas que cuenten con los votos; tampoco garantiza que la distribución de los cargos se haga de forma proporcional o justa.
El sistema defendido por los diputados del PSUV garantiza que si una fuerza política obtiene 50,01% de los votos se le adjudicarán 85,37% de los escaños de la próxima Asamblea Nacional. Por ende, si el otro bloque capitaliza 49,99% de los votos sólo obtendría 14,63% de las curules.
Este sistema paralelo mayoritario que impone el PSUV es muy similar, en sus afectos, al empleado para elegir a la Asamblea Nacional Constituyente de 1999. En aquella oportunidad al chavismo le bastó capitalizar 60% de los sufragios para quedarse con 94,5% de las curules en la Constituyente. Fue tan injusto este sistema que el propio Aristóbulo Istúriz, declaró lo siguiente: “La uninominalidad, tal como se está planteando sin la representación proporcional es profundamente antidemocrática (…) es una expresión política que responde al pensamiento neoliberal, a lo que se ha llamado el pensamiento único, donde la gran mayoría obtiene todo y los demás no están representados. El pueblo tiene que saber que teniendo con el 60% el 90 y pico por ciento de la Asamblea, no estamos de acuerdo con este sistema, y que nos favoreció una posición que enfrentamos y que nos las impusieron. Fuimos beneficiados circunstancialmente y, ahora que tenemos la mayoría, debemos corregir eso para beneficio de la democracia que queremos construir y para beneficio de la nueva República”.
Como Aristóbulo -todavía- no se ha retractado de esta declaración asumo que mantiene su crítica a los sistemas mayoritarios. No obstante, en algo sí tienen razón los diputados que avalan la Ley Electoral: El sistema favorece al que saca más votos, así de simple.
Mi morbo periodístico me permite fantasear con un escenario preelecciones parlamentarias 2010 en donde el chavismo -según las encuestas de Félix Seijas y Germán Campos- tenga la sensación que puede existir una diferencia pírrica a favor de aquellos candidatos que se le oponen. Fantaseo con ese momento sólo para escuchar a Cilia Flores y Darío Vivas explicando cómo la Ley Electoral debe ser modificada porque no respeta el espíritu de los artículos 63 y 293 de la Carta Magna en donde se establece que Venezuela tiene un sistema electoral mixto -no paralelo- que combina la personalización del sufragio y la representación proporcional.
Ese día, escucharemos versiones aún más esperpénticas de estos ilustres diputados. Ese día, reclamarán, incluso, que regresen los diputados adicionales.