Texto: Anita Snow, Associated Press

Fotos de Javier Galeano para AP
Los cubanos no tienen cadenas como McDonald’s o Jack in The Box, pero sí tienen pizza en una cesta.
Los clientes gritan sus órdenes hacia la cocina en la azotea de un edificio de dos pisos de los años 30, y les bajan la pizza en una cesta de bambú.
Pizza Celina es uno de los lugares más creativos a los que acuden los cubanos para aumentar las raciones gubernamentales de alimentos. En muchos otros sitios de La Habana, los vendedores ambulantes expenden maní, palomitas de maíz y una chichería conocida como “chicharrones de macarrones”, que se hace hirviendo pasta, secándola al sol y luego friéndola.
Cerca de la Universidad de La Habana, los estudiantes hacen cola a la hora del almuerzo en las afueras de un edificio, y gritan sus órdenes de pizza con salsa de tomate y queso por 8 pesos, unos 38 centavos de dólar. Un poquito más les permite agregar un topping de jamón o salchicha. Minutos más tarde, una cesta atada a una cuerda desciende en espera del pago. Una vez recogido el dinero, la cesta desciende nuevamente, llena de pizzas calientes, con la grasa empapando el papel de envolver. No hay refrescos, ni servilletas.
El método de “entrega por cesta” es popular entre aquellos que venden sus productos desde apartamentos en los cuales no funcionan los elevadores.
“Venimos porque la comida es buena, es rápido y es barato”, dijo Laura, una estudiante de Historia, de 20 años de edad. Como muchos cubanos, no nos deja saber su apellido, incómoda de conversar con una reportera extranjera acerca de un tópico tan político como lo es la comida.
Dice que frecuentemente come, por menos dinero, en la cafetería universitaria, pero la comida allí no es tan buena como en Pizza Celina, una empresa manejada por particulares.
“Es un poco caro para nosotros, pero venimos cada vez que podemos”, dijo. Un aumento reciente en el estipendio mensual que da el gobierno a los estudiantes (de 20 a 50 pesos, alrededor de $1 a $2.50) implica que puede ahora costearse una visita mensual a la pizzería.
Laura vive del otro lado de Habana, y es impráctico para ella ir a comer en casa. Hay muy pocos lugares cercanos donde comprar comida barata, excepto por un restaurant vegetariano, administrado por el gobierno, que está casi vacío. “Nunca he entrado allí”, dice Laura.
La única cosa parecida a una cadena de comida rápida en Cuba es la estatal “Rapidito“, o el mostrador de comida en las estaciones de gasolina de Cupet, que venden perros calientes y pollo frito que la mayoría de los cubanos no pueden comprar: su precio está fijado en los “pesos convertibles” que usan los extranjeros.
Los trabajadores del gobierno cobran en pesos regulares, que se cambian a 24 por un “peso convertible”, o 21 por un dólar americano. Un hotdog en Rapidito cuesta un peso convertible, que es más de lo que cobra un cubano por un día de trabajo si tiene el salario mensual típico de 350 pesos, o USD $16.60 .
Bajo el sistema de raciones universal de este país comunista, los cubanos reciben una cesta de comida – fuertemente subsidiada – que consiste en frijoles, arroz, huevos, un poco de carne y otros bienes. Eso, junto a otras comidas subsidiadas como los almuerzos en el lugar de trabajo, provee apenas dos tercios de las 3.300 calorías que el gobierno estima que consumen los ciudadanos diariamente.
Los cubanos utilizan sus salarios y cualquier otro ingreso para adquirir el resto de su comida en mercados de agricultores y en supermercados con sobreprecio, o bien a través de compras en el mercado negro o trueques.
Si tienen dinero suficiente, o no pueden llegar a casa para comer, los residentes de La Habana deben acudir a la comida callejera para un bocadillo económico. Eso, a menudo, significa ir a la Calle Obispo, la mayor concentración de stands de comida y vendedores en la capital.
Hombres, ya ancianos, descienden por la calle empedrada ofreciendo conos de papel llenos de maní por un peso, agarrados como si fueran ramos de flores.
Un adolescente en un antiguo carrito de madera pide dos pesos por “granizados”, pequeños vasitos de plástico de hielo picado con sirope de fresa. Otro vendedor ofrece palomitas caseras en bolsas plásticas por tres pesos.
Muchos vendedores callejeros tienen licencias, y el gobierno administra stands a pie de calle que venden pizza, perros calientes y hamburguesas de cerdo por 10 pesos. Uno de estos stands vende un vaso de “guarapo” bien frío, el jugo de la caña de azúcar, por un peso.
Comidas similares se venden en el “tencén” (una adaptación de “ten cents” o “diez centavos”) de Obispo, tiendas gubernamentales pobremente abastecidas, que evolucionaron de las tiendas estadounidenses “five-and-ten” de los años cincuenta.
Los “tencén” son de los pocos sitios donde los cubanos pueden comprar comida y otros bienes en moneda nacional, que es en la que ganan. Las tiendas tienen también mostradores de almuerzo, que sirven pollo frito o bistec de cerdo, y una pastelería que ofrece galletas azucaradas.
Luego está el “frozzen”, un cono de un peso, lleno de una mezcla fría y suave de vainilla con sabor sintético.
Apenas a una manzana de distancia, una tienda de pesos convertibles vende helados importados, hechos de productos lácteos, pero la mayoría de los cubanos no pueden costearlos. Allí, una barra de helado Nestlé Crunch vale 1.10 pesos convertibles, unos 26 pesos regulares