Esta es la explicación de mi pana Clodovaldo sobre los regaños de Chávez en el último ¡Aló, Presidente!

Clodovaldo Hernández // Delírium tremens cafeínico

¿A qué hombre serio, poderoso o no, le gusta andar arrastrando fama de engañado?
La culpa de todo la tuvieron las abejas. No dejaron que el Presidente tomara café porque -muy irreverentes- lo rodeaban cada vez que intentaba llevarse la taza a la boca. Pasaron horas y horas de programa, allí en pleno terraplén de la futura Ciudad de los Indios y en medio del síndrome de abstinencia, le dio por patear -verbalmente, claro está- a un señor.
Léase con cuidado el fin del párrafo anterior y nótese que dice “un señor”, pues el caso no habría merecido mención alguna si el pateado hubiese sido “un monseñor”. No sería noticia.
Tampoco era un oligarca porque ni en lo peor de un delírum tremens cafeínico podría alguien suponer qué un oligarca viviría en el barrio Federico Quiroz, ni siquiera por una noche, como hizo una vez el Tigre Fernández.
No hace falta contar el incidente porque ya las conocidas bestias coprófagas de la radio, la prensa y la televisión se han solazado en sus detalles. Baste recordar que el vecino trató, al parecer, de quejarse por el arreglo que le han propuesto para dejar su casa en el riesgoso barrio. Para su sorpresa, quedó convertido en el primer damnificado de la aún hipotética ciudad socialista, víctima de un alud torrencial de palabras.
Me dicen los expertos oidores del jefe del Estado que el pecado del vecino fue decirle al Presidente que “lo están engañando”, conseja que ya le tiene -para decirlo de modo sutil- las hipérboles acatarradas. Y es comprensible porque ¿a qué hombre serio, sea o no poderoso, le gusta andar arrastrando fama de engañado? No es raro, entonces, que reaccione pateando al primer infeliz que vaya pasando, pues la otra opción sería ponerse a cantar El Santo Cachón y, que se sepa, no es de las piezas favoritas del Cantante en Jefe.
Para las usuarias y los usuarios de Aló Presidente lo más lamentable fue que el moderador del programa (es un decir) no permitió que el señor contara su versión del asunto, a pesar de que le concedió la palabra dos veces. Además, en un arranque ionesco, le otorgó el derecho a réplica a un viceministro y a otra vecina, sin que el señor hubiese formulado la queja.
Mi politóloga favorita, Prodigio Pérez, y yo coincidimos en que fue un episodio lamentable pues ¿qué sentido tiene estimular a la gente a formar consejos comunales, círculos de estudio, mesas técnicas de agua, batallones y demás artefactos de la democracia protagónica, si luego el primer hablante de la República te va a lapidar en vivo y en directo?
Si yo fuera consejero del Presidente (y, algo más difícil, si el Presidente oyera consejos), le sugeriría que se disculpara con el señor al que dejó comunicacionalmente damnificado. Tal vez para hacerlo tenga que tomarse muchos cafés. Eso sí: hay que asegurarse de que esta vez no haya abejas en el set.
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