Este texto es original de José Roberto Duque… (la ilustración no es parte del texto, pero me pareció pertinente colocarla)

¿Cómo (y por qué) discutir con el compatriota Chávez y seguir siendo chavista?
Por: José Roberto Duque
De entrada, y para que no queden dudas sobre la motivación y preocupación central de este artículo: ningún revolucionario, ningún libertario y ningún chavista que se precie puede decir que sí a todo, monjil y automáticamente. Nadie que tenga un compromiso con la libertad y con las luchas populares puede ser un autómata. Nadie puede decir que es revolucionario y al mismo tiempo acatar con la cabeza gacha todas las órdenes y aceptar dócilmente que le impongan jefes. Ningún rebelde de corazón puede aceptar que venga alguien con un pen drive a copiarle en el cerebro una forma de pensar. Con más razón si ese alguien es el compatriota Presidente, Hugo Chávez Frías.
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Estamos en mitad de una de las disyuntivas más interesantes (bueno, seamos honestos: no “interesantes” sino incómodas y decisivas) de esta etapa histórica venezolana denominada “Gobierno Bolivariano”. El Presidente de la República ha sacado a la calle la propuesta más apasionada de su proyecto de país, ese que llamamos “chavista” porque, para qué disfrazarlo u ocultarlo, es una construcción hecha desde el liderazgo de Chávez. Al igual que usted, lector; al igual que yo mismo y que todo ser humano, este compatriota ha cometido, comete y seguirá cometiendo errores, algunos inofensivos y otros francamente graves.
Yo soy chavista porque estoy dispuesto a respaldar el proyecto chavista de país a pesar de esos errores. Nadando contra la corriente y bajo riesgo de quedar atrapado en trágico sánduche: el Globovisionario promedio, fan de los adecos o maricones de Primero Justicia, me ve como un castro-comunista y gobiernero aplaudidor de discursos oficiales; y el adulador irrestricto de Chávez y su equipo ministerial me ve como un cuerdafloja sin disciplina, incapaz de “acatar la línea” que baja desde Miraflores o desde espacios más bastardos como el laboratorio de Diosdado y desde la derecha más asquerosa enquistada dentro del Gobierno. Cuando uno decide apelar a la conciencia y no a la simpatía automática con el Gobierno y sus alrededores, uno debe aceptar gallarda y responsablemente ser el relleno de ese sánduche.
Sucede además que uno indaga en la calle y descubre que no está solo, ni mal acompañado: hay mucho pueblo chavista arrecho, incómodo, desconcertado, confundido; asumiendo, padeciendo y analizando la disyuntiva más importante que se nos ha presentado en lo que va de milenio:
¿Cómo discutir y cuestionar las órdenes de Chávez y seguir siendo chavista?
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Llegados a este momento crucial de nuestra historia, cuando el enemigo ha demostrado ser capaz de utilizar cualquier resbalón nuestro para intentar desbaratar el proyecto, se torna más fuerte que nunca la obligación de señalar y combatir los errores nuestros, los del compatriota Chávez, los de sus colaboradores y seguidores incondicionales. Esos que son capaces de avalar con los ojos cerrados cualquier despropósito. Alcahuetear la humillación que se perpetra en el Ministerio del Trabajo contra los trabajadores no es ser revolucionario. Seguir negando que el Gobierno está atacado por la corrupción y por una burocracia insoportable, herencia de la Cuarta República, no es ser socialista. Seguir escondiendo la cabeza ante los desperfectos que trae el proyecto de Reforma Constitucional no es ser de izquierda y ni siquiera chavista: decirle sí sin condiciones a los errores del comandante es ser escuálido, porque es negar la posibilidad de que este proyecto mejore.
Yo soy chavista y libertario, y en el ejercicio de esta condición y de esta militancia le digo a Chávez que es un error votar en bloque por un cúmulo de propuestas (no es una propuesta sino varias), porque algunas de esas propuestas avanzan efectivamente hacia el socialismo (la reducción de la jornada laboral) y otras contienen un germen neoliberal y elitista inaceptable (el control sobre el Banco Central y la designación a dedo de vicepresidentes para las regiones).
Yo soy chavista y libertario, y en el ejercicio de esa condición le digo a Chávez que me parece ridículo, conservador y de una cursilería insoportable eso de llamar a Caracas dizque “La cuna de Bolívar y Reina del Guaraira Repano”, entre otras cosas porque la Constitución de un país que se quiere revolucionario no puede contener la palabra “reina”, ni de verga.
Yo soy chavista y libertario, y en el ejercicio de esa condición le extiendo al comandante Chávez una cordial advertencia: deje de darle cheques en blanco a la derecha. Ya lo hizo antes con próceres de la talla de Miquilena, Pablo medina, Alfredo Peña y la mujer de Napoleón Bravo, entre otros, y ahora sigue repitiendo ese error en un puñado de conservadores, santurrones y retrógrados atornillados en unas cuantas gobernaciones, ministerios y alcaldías.
Yo soy chavista y libertario, y en el ejercicio de esa condición te informo, o te reafirmo ya que tú tienes ya esa información, Presidente, que la cobradera de comisiones y el tráfico de influencias siguen siendo práctica normal en los ministerios y organismos gubernamentales.
Yo soy chavista y libertario, y en el ejercicio de esa condición le digo al compatriota Presidente que decretar que el Poder Popular es uno de los poderes del Estado es un disparate, un absurdo monumental, ya que tiende a convertir en simple burócrata asalariado o en empleado público al luchador social, al ser humano que da la vida por mejorar a los suyos y no por un sueldo o cargo público. El Poder Popular no puede ser un apéndice del Estado: debe existir para confrontar al poder inmenso del Estado, ser su imagen especular, su contrapeso.
Yo soy chavista y libertario, y en el ejercicio de esa condición le digo al Presidente que fue un error no volarse de la Constitución, por las mismas razones anteriores, el artículo 350: los pueblos se rebelan porque se rebelan, no porque un papel les dé permiso para hacerlo. El derecho a la rebelión es cosa natural, no jurídica; tú lo pones en un papel y entonces vienen un Molina Tamayo y un Carlos Ortega a chapear con ese papel y a desestabilizar en nombre de un artículo constitucional.
Yo soy chavista y libertario, y en el ejercicio de esa condición te informo, Presidente, que la Misión Barrio Adentro, aquella iniciativa hermosa que puso al pensar al pueblo que esto de verdad era una Revolución, se fue a la mierda, que los médicos van ahora de vaina dos veces a la semana a los consultorios y que al regresar a Cuba se van full de televisores, neveras y lavadoras, lo cual es una tragedia para una isla que no tiene cómo soportar ese inmenso gasto de energía.
Muchos movimientos populares están ya debatiendo artículo por artículo la propuesta de Reforma. Prepárate, compatriota Presidente, para ver a muchos miles de ciudadanos chavistas diciéndote en público estas cosas: tú eres el líder fundamental de todo esto, pero eso no te da derecho a defender errores que pueden socavar, no al Gobierno, que sería lo de menos, sino a la Revolución.