No puedo negar que este descubrimiento en el web site me impacto. Amigo de la universidad, de Viart, de Publicitariamente Hablando, del Centro de Estudiantes y de muchos “plantones” mientras fue reportero para Unión Radio Noticias. Esta es su historia y su premio. Un abrazo.

Recién me graduaba en la universidad, ni siquiera había mandado a guindar el título. Trabajaba para una revista especializada en mercadeo y gerencia, como periodista de planta, y cada uno de los reportajes que me eran asignados tenían que venir acompañados de sus respectivas fotos. Y ella era la fotógrafa. Una mujer un poco loca, treintañera, entusiasta, como buen artista que se respete, delgada, de imagen irreverente, siempre queriendo vivir la vida intensamente.

-Vámonos para Nueva York, loco. -¿Perdón? -Que nos vayamos para Nueva York. -¿A qué, si se puede saber? -Fíjate: nos vamos una semana y entrevistamos a venezolanos exitosos en la gran manzana. Tú escribes, yo tomo las fotos. Regresamos y le vendemos los reportajes a periódicos y revistas de aquí.
-¡Bah!… ¿En serio? ¿Tú crees que se gane algo? -¡Claro, chico, aunque sea el costo del viaje lo sacamos! Y puedes decir que visitaste los niuyores…
Un mes después estaba montado en el avión. Emocionado, asustado, pero dispuesto a vivir la aventura. Llevábamos algunos contactos hechos desde Caracas, así que sólo era cuestión de hacer un par de llamadas telefónicas y ¡voilá!, mandado hecho.
Así conocí a una diseñadora de ropa casual, a un maquillador que comenzó su carrera embelleciendo a las protagonistas de las telenovelas “Primavera” y “Abigail” -seguro que más de uno se acuerda, ¿no?-, unos artistas florales maracuchos y hasta a un famoso diseñador de alta costura venezolano cuando recién abría su showroom en la isla de Manhattan.
Nos quedamos en un hostal de YMCA muy céntrico, donde compartimos la litera de la pequeña habitación y con baño común en el piso, enorme por cierto, repleto de jóvenes aventureros como nosotros que, por una u otra razón, también visitaban la ciudad de los rascacielos.
En Nueva York fue donde lo conocí. Era uno de esos entrevistados de nuestra lista de reportajes. Recuerdo que lo citamos frente a un McDonald´s que quedaba cerca de Broadway -en serio, escribo estas cosas y parece que la historia no fuera mía-. Era un tipo relativamente bajo, moreno, gordito, pero con cara de buena gente. Su única seña particular era una cicatriz en la mejilla, no muy notoria pero evidente.
Comenzamos la entrevista, saqué mi grabador de casetes japonés y lo puse sobre la mesa mientras nos comíamos nuestros respectivos combos. La conversación transcurrió sin mayores sobresaltos, aunque la historia no dejaba de ser conmovedora: para ese momento, él estaba ilegal en NY, recibiendo tratamiento para controlar los efectos que había causado el HIV y que lo llevaron al borde de la muerte mientras vivía en Caracas. Sólo con la ayuda de un grupo de amigos logró viajar a EEUU para formar parte del programa en el cual le habían salvado la vida, y que ahora le permitía llevar una vida “normal”.
Yo sí noté algo raro. Desde el principio, sentí que su manera de mirarme era extraña, pero juro que no tuve claro nunca qué era lo que estaba pasando. Me veía lánguido, ponía los ojos pequeñitos, sonreía ligeramente, y por supuesto, ignoró a mi amiga casi por completo mientras le tomaba las fotos. Al terminar la entrevista, quedamos en vernos nuevamente antes de regresar a Caracas.
Y así fue. Nuestros amigos maracuchos -o maracuchas, a estas alturas no sabría decirlo-, nos hicieron una reunión en la floristería la noche antes de nuestra partida. Ahí estaba yo: diez hombres y dos mujeres y todos -exceptuando a mi compañera de viajes y a mí- homosexuales. En el grupo estaba él, pendiente de cada uno de mis movimientos. Mi primera fiesta gay y yo no sabía donde meter la cara. Sonaba un merengue de Juan Luis Guerra.
-¿Bailamos? -¿Perdón? -Que si quieres bailar…
Me le quedé viendo un instante. No sabía qué hacer: nunca en mi vida había bailado con un hombre. -Vente, chico, que es igual que si bailaras con una mujer. “No vas a hacer el papelón de tu vida aquí, cuando esta gente ha sido tan amable. Además, estás en Nueva York, a quien sabe cuántos kilómetros de Caracas. ¿Quién se va a enterar?”
Bailé con él hasta que me dolieron los pies. Y tomé hasta que mi cabeza giraba más rápido que mi cuerpo. Él se encargó de llenar mi copa de vino blanco cada vez que esta se vaciaba, que no fueron pocas.
A las cinco de la madrugada, las aceras de la ciudad estaban desiertas. De pronto, me encontré caminando con él tomado del brazo. Nos dirigíamos al Metro: yo estaba cerca del hostal, pero él tenía que hacer un viaje de al menos 40 minutos para llegar a su habitación.
Llegamos a la estación y bajamos las escaleras. En un recodo, sorpresivamente, siento que él me empuja y voy a dar contra la pared. Mi cabeza aún daba vueltas y no atinaba a decir palabra. Se colocó frente a mí, muy cerca.
-¿Te puedo besar? No la pensé: la respuesta salió sola… -Bueno…
Sentí como su boca, sus labios, se apoyaban contra los míos. Eran suaves, cálidos, deliciosos. Su lengua jugó con la mía durante largo rato. Presionaba su cuerpo contra el mío, me abrazaba con ternura y firmeza. Era diferente. Ese beso lo disfruté.
Al día siguiente, tenía que ir al aeropuerto, pero tuve la oportunidad de verlo de nuevo. Quería, necesitaba verlo otra vez. Desayuné con él, conversamos de tonterías, era imposible hablar de algo más. Durante ese rato, no me reconocí. Ese que estaba allí, sintiendo el montón de cosas que sentía, no era yo.
Cuando se acercó la hora de irme, él me acompañó a buscar las maletas. En la puerta del hostal, se despidió de mí con un beso breve en los labios, que acompañó con una caricia en mi rostro. Todavía deseo que ese beso hubiese sido más largo. En el avión, una frase retumbaba en mi cabeza: “Y ahora, ¿qué hago yo con esto? ¿En que lío me metí?”
Así comenzó todo. Así fue como de verdad, comenzó todo. Ya no podía decir que nada estaba pasando, no podía mentirme a mi mismo.
Por cierto, el reportaje nunca lo escribí, hasta hoy.

——————————————————

La amistad era de esas que parece que no se acaban nunca. Compartimos viajes, cumpleaños, navidades, aunque no tenía que haber una excusa para que nos reuniéramos a conversar de cualquier cosa.
Éramos amigos, de esos amigos que se quieren de verdad.
En el carro se sentía cierto grado de tensión. Lo pasé buscando, él me saludó y no me dijo más nada. Luego de un rato, finalmente, se decidió a hablar.
-Estás saliendo con alguien y no me has dicho. -¿Perdón? -Pana, no me vengas con cosas a mí, que soy tu compadre. -¿Pero a qué te estas refiriendo, si se puede saber? -Tú sabes de qué se trata, y me duele que no me lo hayas dicho antes.
-No, compadre, melodramas conmigo no, por favor, que estamos bastante viejos para la gracia. Además, no te queda nada bien el papel de Lupita Ferrer. -Bueno, entonces cuéntame. -¿Qué te cuento? -¿Me vas a decir con quién te estas acostando o te lo saco a golpes?
-¿Qué te hace pensar que me estoy acostando con alguien? -Nada, viejo, nada. ¿No ves que yo soy bruto? ¿O es que tú crees que yo no me doy cuenta de que últimamente cuando uno te llama para salir tú ya estás “ocupado”?
-Bueno, para comenzar, sí, eres bruto. Y luego, también, sabes que he estado ocupado, qué quieres que te diga. -Gracias por lo de bruto. Lo que quiero que me digas es con quien te has estado viendo. ¿La conozco? Claro, ya está, seguro es que la conozco y no me quieres decir por eso. -No, no la conoces. No tienes ni idea de quién es.
-Ya sé, seguro que es fea y que no me la quieres presentar para que no me burle. -Pana, no seas tan básico. No me daría pena salir con alguien por lo que vayan a pensar los demás.
-¿Y entonces? -Entonces… -Chamo, desde que te conozco, tú no pasas las noches fuera de tu casa. Y ya me llegó el chisme de que últimamente no hay fin de semana que no pases fuera, así que tienes que estar amaneciendo en otro lado. ¿Es o no es?
-Tienes tremendos informantes, ¿no? Pareces la CIA. -¡Ajá! Entonces aceptas que sí tengo razón. -Sí. -Ya comenzamos por algo… -Ajá. -Bueno, hagamos algo. Dejémonos de misterios y dime el nombre. -El nombre. -Sí, viejo, el nombre del mujerón con el que te estás acostando.
-Bueno, compadre. Está bien, es verdad, estoy saliendo con alguien desde hace tiempo. -¡Ja! ¡Yo sabía! Es que tanto secreto no podía ser otra cosa. ¿Se puede saber por qué no me habías dicho nada? -Porque no es sencillo hablar de esto. -¿No? -No. -¿Desde cuándo es tan difícil hablar de mujeres, digo yo? Chamo… ¿con quién estás saliendo tú?
Me detuve. Lo que le iba a decir requería toda mi concentración y era un riesgo conducir en ese momento.
-Está bien, compadre. Si quieres saberlo, pues entérate. El nombre de la persona con la que estoy saliendo es…Richard.
En ese momento se hizo el silencio. Mi compadre, que siempre habló hasta por los codos, se había quedado sin habla. Desde el asiento del copiloto me miraba como que si el mundo le hubiese cambiado por completo.
-¿Perdón?
Juraba que me iba a lanzar un golpe. Creo que no lo hizo porque estaba manejando.
-¿Qué dijiste? -Que estoy saliendo con un tipo que se llama Richard. Que tenemos más de seis meses viéndonos y que en su casa es donde amanezco cada vez que puedo.
Era mucha información junta. Si hubiese podido estar en su cabeza, habría podido escuchar el corto circuito.
-Chamo…¿tú me estas diciendo que tú eres…? -Sí. -No. -Que sí. -No, viejo. No te creo. -Bueno, yo no sé cuánto tiempo te podrá tomar asumirlo, pero lo mejor que puedes hacer es ir acostumbrándote a la idea.
-¿Y desde cuándo te gustan los hombres? -Buena pregunta. No lo sé. -¿Cómo que no sabes? -No. Si me pongo a pensarlo, diría que desde hace tiempo, aunque vengo entendiéndolo desde hace relativamente poco.
Se quedó callado por un buen rato. Veía al frente, a la calle, a la gente que caminaba por las aceras. Al rato, llegamos al bar. Nos estacionamos y antes de bajarnos del carro, volvió a articular palabra.
-¿Quién más lo sabe? -Más nadie. Eres el primero. -¿Y ahora? -No sé. Todavía no sé qué voy a hacer. -¿Le vas a decir a alguien más? -Te dije que no sé.
-¿Y si la gente piensa que yo soy tu pareja? -¿Qué? ¿De qué estás hablando? -Que si la gente se entera que tu eres gay, van a creer que yo también lo soy. -Es posible. Y creo que para eso hay una sola solución posible. -¿Cuál? -Consíguete una novia con urgencia.
Después de eso, llovieron las preguntas. Hubo cosas que le conté, otras que nunca le dije, esas cosas que forman parte del sumario.
Pasó el tiempo, unos cuantos años, y por una razón o por otra, la amistad se fue disolviendo. Ya no nos vemos tan seguido, ya no salimos a tomarnos las copas. Pero el cariño es el mismo.