La moda por usar blackberry llega al extremo de ser ridícula y peligrosa. No me malinterpreten, no estoy en contra de la tecnología; al contrario, puedo parecer adicto a ella, al punto que tengo equipos de Research In Motion, para los panas RIM (la empresa que produce los codiciados blackberry) desde el año 2000 cuando comencé a utilizar el ahora esperpéntico y antiguo t-motion.
En los últimos ocho años he tenido dos t-motion y tres blackberry y siempre los he catalogado como equipos ideales para personas que suelen estar constantemente fuera de la oficina, que necesitan tener contacto permanente con su correo electrónico, garantizar el acceso a internet, disponer de un modem para conectar su laptop a la web o para garantizar un intercambio de información punto a punto con otros usuarios. Ni hablar de los beneficios que le generan a los workhaholic y a las personas tímidas (este es mi caso) que necesitan una excusa para aislarse del mundo en eventos sociales.
No obstante, si lo que se quiere es sólo un teléfono celular, el blackberry resulta un equipo extremadamente costoso y subutilizado, no hay que olvidarse de eso.
En los últimos meses el público meta de los productos de Research In Motion en Venezuela se diversificó hasta los adolescentes y estudiantes universitarios. De una día para otro la “pequeña Venecia” se convirtió en uno de los pocos países del orbe en que los equipos se comercializan para el segmento ejecutivo (acá incluimos políticos y periodistas) y ciudadanos menores a 22 años, incluyendo adolescentes y preadolescentes.
¿Qué hace un niño con un blackberry? Esta es la primera pregunta que puede formularse cualquier mortal si se le ocurre darse una vuelta por un centro comercial caraqueño. La respuesta es sencilla: interactúa con su facebook y chatea con sus amigos. Es decir, ese adolescente o preadolescente carga encima un equipo de 400 dólares (o más de dos mil bolívares fuertes si Cadivi no le permitió a sus padres comprarlo en el exterior) para simplemente jugar.
¿Qué hace un estudiante universitario con un blackberry?, la respuesta no es tan obvia, aunque es de suponer que la mayoría cayó en el “efecto paveo”. No obstante, además de estar a la moda, el equipo en las universidades tiene usos poco académicos. Obviando lo clásico (estar conectado al facebook y chatear) es una herramienta indispensable para copiarse en los exámenes. Es lamentable observar cómo los profesores que aún no superan los teléfonos con pantalla monocolor (o aquellas con dificultades para lidiar con la tecnología) son burlados por los estudiantes con blackberry (o cualquier otro tipo de PDA) que almacenan las guías y hasta los libros en las memorias de sus dispositivos.
Ni hablar de los que se quedan en el cafetín para enviarles a sus compañeros en el salón las respuestas de los exámenes a través de mensajes PIN, sin que el despistado docente se percate de lo que ocurre. Eso sí, para tomar apuntes en clase siguen aferrados al papel y lápiz, una contradicción que todavía no logro comprender. Según mi teoría del “efecto paveo” con el blackberry, la moda en las universidades comenzó cuando los líderes del movimiento estudiantil del año 2007 comenzaron a emplear estos dispositivos para poder interactuar mejor con periodistas y políticos, desde ahí la masa universitaria deseó tener un dispositivo similar.
Aquellos que tienen memoria fílmica seguro recordarán una escena de la película Brasil (dirigida por Terri Gilliam) en la que uno de los personajes del mundo apocalíptico y burocrático del filme termina consumido por una remolino de periódicos. En realidad temo que eso me ocurra a mí, pero en vez de periódicos será un remolino de blackberry subutilizados a causa del “efecto paveo”. No importa la potencialidad del equipo y lo que se puede hacer con él, lo relevante es presumir de tener uno, aunque sea en formato prepago.
Sin embargo lo más ridículo que la moda blackberry está generando en Venezuela es sustituir el nombre de las personas por el número de identificación de su dispositivo. Aunque hay nombres que son horribles y deberían dar pie a demandas civiles, pronunciarlo se está convirtiendo en un complemento de las presentaciones sociales, innecesario si la persona que acabas de conocer te manda su tarjeta, que puede contener teléfonos, dirección, correo electrónico, fotografía, talla de zapato o preferencias sexuales del usuario. Tome nota, en Venezuela desde hace unos meses lo más correcto es presentarse de la siguiente manera: “Hola. Mi PIN es: 242A446B, ¿y el tuyo?